Pocas tradiciones se conservan tan intactas, como la de intercambiar anillos durante la boda, o la entrega de un anillos de compromiso previo a ésta. Si bien los materiales usados han ido cambiando con el tiempo, la simbología es idéntica. La forma circular del anillo recuerda sin duda, algo que no tiene fin, que es lo que se quiere representar.
Casi todos los historiadores afirman que los egipcios fueron los primeros en usar anillo de compromiso como costumbre arraigada. El novio le ofrecía a la novia un anillo, en general de oro y con formas originales, que debía usar en el dedo anular, ya que se creía que de ahí al corazón iba una vena en trayecto directo: “vena amoris”. La única diferencia con la costumbre actual, es que estos anillos se renovaban año a año.
Algo mas rústica, pero no menos simbólica, fue la costumbre romana. En general el anillo que daban como muestra de afecto y duración de la relación amorosa era de hierro.
Ya en la era cristiana, en el siglo II, el uso se generaliza. Pero el anillo con diamantes, recién comienza a usarse en el siglo XV. Hasta ese momento, las mujeres no lucían estas piedras. En Francia, el rey Carlos VII, le regala a su favorita, Agnes Sorel, un diamante, y la moda se expande rápidamente. Claro que solamente entre los aristócratas, dado el altísimo costo de estas piedras.
Pero el primer anillo de compromiso matrimonial con diamante, fue el que entregó Maximiliano de Austria, a su novia María, hija del duque de Borgoña. Una reproducción de esta pieza se expone en el Museo de Kunsthistorisches de Viena. Los diamantes se disponen formando la letra M gótica, por las iniciales de los novios, y por la Virgen María.
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